HISTORIA DEL PUEBLO

Cuando la Economía tenía un sentido autárquico, esta enorme parte de la Meseta superior de España, conoció siglos de gran prosperidad, llegando a ser estas villas y ciudades las más ricas del Reino. Así se demuestra por el muy valioso patrimonio cultural y artístico que, a pesar de los expolios sufridos, gozamos en el día de hoy.

Esta región fue antaño un bosque cerrado de encinares y de robledos, de hayedos, olmedas y salcedas; razones políticas operaron la conversión del bosque al labrantío y a la dehesa, consiguiendo unas espléndidas paneras y bodegas y un hombre de cultura agraria.

La actual personalidad de Villegas tiene muy poco que ver con las normas precristianas y de Celtiberia. Nuestra villa nace a mediados del siglo IX, en un momento concreto de ese doble fenómeno que llamamos Reconquista y Repoblación, que en las orillas del río Brullés acabó por el año 880.

En esta época, el Conde Diego Rodríguez, funda una Villa bien defendida a la que da su nombre: Villadiego. Castilla llevaba quince años caminando, desde el 15 de Septiembre del año 800, en el Valle de Mena. En el año 850, Castilla está en los páramos y el rey de Oviedo envía un Conde para que la dirija. Viene el Conde Rodrigo que en el año 860 conquista Amaya. Los foramontanos, es decir los que abandonan y cruzan los montes cantábricos buscando a España, su pan y su vino y su libertad, se establecen en aldeas sencillas, en las grandes extensiones de la Bureba, los Páramos y los ríos mesetarios. La obra que continúa don Diego, hijo de don Rodrigo, que funda en el 884 la ciudad de Burgos que cierra las defensas por el Oriente. Mientras tanto el Conde Nuño Nuñez asienta con firmeza la villa y castillo de Castrojeriz.

Un día se presentaron en Villadiego un grupo de familias al Conde Diego. Venían de las montañas, de las Asturias, de Santillana y buscaban un puesto bajo el sol para asentarse, colonizar la tierra y sumarse a los ideales de la joven Castilla que a todos recibía y trataba por igual. Los dirigían dos personajes caracterizados: Egas y Mauronta. El Conde les asignó un sector, una legüa más abajo de Villadiego, sin salirse de las orillas del Brullés. Las familias se asentaron y se aplicaron a amojonar sus términos, a reunir materiales endebles, barro, ramajes para levantar sus chozas, para construir un templo rural y alzar una torre en la que un hombre estaría atento por si venían los temidos árabes. Cuando acaban sus labores y señalan las tierras del común y las tierras de la familia, habían nacido dos nuevas Villas: VILLEGAS (Villa de Egas) y VILLAMORÓN (Villa de Mauronte).

Pero no estaban solos los alegres vecinos de VILLEGAS y VILLAMORON. Otras familias se estaban instalando en los pagos cercanos y pronto en el actual término de VILLEGAS, de más de 2.400 hectáreas, se habían asentado otras cuatro Villas, con los mismos propósitos de servir a Castilla.

  • Sabemos por tradición oral que junto al manantial de FUENTECABEZA, a 2.200 metros al Oeste Noroeste de VILLEGAS hubo un poblado con este nombre.
  • Al otro extremo, al Sur Suroeste a una distancia de un kilómetro se alzó el pueblo de PILILLA (diminutivo de pila), pueblo que aparece en el Libro de Préstamos del obispado de Burgos, con la cantidad de unos 6 maravedises, valor de unos 60 corderos (año 1250).
  • Entre los caminos de Sasamón y de la Camposa, a 2.000 metros mas o menos al Suroeste,a mitad de camino entre los dos, más o menos a 500 metros después de su bifurcación. En este lugar se ubicó el pueblo de SAN JUAN; en su favor hay argumentos arqueológicos; han aparecido diferentes restos, entre ellos el cementerio.
  • Por último, existió un cuarto pueblo a 1.200 metros al Sur Suroeste a unos 300 metros al Sur Oeste de la actual ermita del Cristo de Villaux, cuyos restos se han encontrado entre el río y la actual carretera, VILLAO o VILLA HUX, aparece también en el Libro de Préstamos con sólo ocho maravedises; también aparece en el Archivo del Real Monasterio de las Huelgas de Burgos en 1242 (29 de Diciembre) como Villabo y en 1261 (9 de Diciembre) como Villaoffo, topónimo compuesto de villa y un nombre personal.

Estos pueblos desaparecen a principios del siglo XIV y VILLEGAS resulta ser heredero de los mismos. Las tierras y los hombres de estos lugares siguen viviendo en VILLEGAS.

Villegas y Villamorón es probable que pertenecieran al ALFOZ DE HORMAZA. En el año 1237 parece ser que existía en la villa que hoy conocemos como Las Hormazas un castillo que era cabeza de un alfoz. Se puede pensar y creer que el territorio de este alfor no rebasó los límites de la merindad de Castrogeriz en la que quedó incluida en la segunda mitad del siglo XIII. Este supuesto alfoz de Hormaza se hallaba entre los alfoces de Castrogeriz y Treviño por el Oeste y por el Este el alfoz de Mansilla.

VILLAMORON recibe un floreciente siglo XII. A esta conclusión se llega cuando contemplamos su magnífica iglesia dedicada al apóstol Santiago. Es una iglesia de arte románico con tantas originalidades que ha merecido estudios detenidos por parte de los especialistas, que la han analizado en todos sus contenidos. Los vecinos de VILLAMORON levantaron una gran y hermosa iglesia, forzosamente para que les sirviera en su necesidad de espacio para el culto, sobre la primitiva iglesia. En el siglo XIII hallamos a VILLAMORON en el Libro de Préstamos del obispado con 42 maravedises, lo que puede significar que la Villa contaría con 40 vecinos.

Mayor población debía tener VILLEGAS, pues en el citado documento leemos 50 maravedises como valor de su préstamo, con un valor semejante a un rebaño de 500 ovejas. El dinamismo de su gente lo podemos ver en su topónimo -VILLEGAS- que pasa a ser apellido de creciente notoriedad en la Historia de España. Los VILLEGAS repiten su apellido en varios ámbitos: eclesiástico y político, aunque a veces sus poseedores descienden de las Montañas de Burgos como se llamaban en otros tiempos a las alturas cantábricas.

En efecto, en el siglo XIV nos topamos con los RUIZ DE VILLEGAS. Esta familia aparece actuante, tanto en VILLEGAS como en VILLAMORON, en el tema de las llamadas Behetrías. Era este un Benefactor, una especie de protector que, a cambio de algún estipendio, les defendiera de las posibles agresiones de nobles, funcionarios u otros personajes. Había Behetrías de «mar a mar», es decir, que se podía elegir como Benefactor a cualquier ciudadano; las había «cerradas» a un linaje o a un solar. Este parece era el caso de nuestra Villa. Se abvierte que los vecinos eran los electores y los que también podían destituir al que habían elegido como Benefactor, si éste no cumplía como esperaban.

En el Libro de Behetrías, del año 1350, tenemos las fichas de VILLEGAS y VILLAMORON que en esto parece que estaban separados. Entonces, era Benefactor de VILLEGAS, Pedro RUIZ DE VILLEGAS quien recibía de los vecinos un premio según su capacidad agrícola: El que tenía un par de bueyes pagaba tres celemines de pan mediado (mitad de trigo y mitad de cebada) y una cántara de vino; quien sólo tenía un buey, la mitad y el que carecía de animales de labranza, entregaba una gallina. Esto era por la llamada «infurción», una especie de impuesto de solares. Las gentes y vecinos de VILLEGAS pagaban al rey 280 maravedises por San Martín y además los impuestos de moneda y otros servicios.

Los vecinos de VILLAMORON parece que tenían por Benefactor a Sancho RUIZ DE VILLEGAS que percibía, según el baremo de bueyes de labranza, 12 celemines de pan mediado y dos maravedises y los que sólo tenían un buey o ninguno, pagaban 3 celemines de cebada y un maravedi. Al rey también le pagaban la martiniega que aquí ascendía a 90 maravedises, y servicios y monedas. El maravedí de 1350 ya no era tan fuerte como el de 1250, que se traducía por 10 cabezas lanares; ahora representa el valor de una gallina. También en la Edad Media se desvalorizaban las monedas.

Durante siglos la vida transcurrió pacífica en VILLEGAS y VILLAMORON. El ritmo de las cosechas comenzaba en otoño tras guardar el pan, el vino y preparar la nueva sementera y la matanza. Se podaban las vides y se pasaba el invierno con sus hielos y nieves. La primavera llegaba y renovaba la vida, se escarchaban los cereales hasta que se empuñaban las hoces de cara al verano. Las fiestas religiosas de las Pascuas y de Santa Eugenia y del Señor Santiago eran descansos en el camino; nacimientos, bodas y bautizos se guardaban en la memoria. Las campanas parroquiales regulaban la vida, de los vivos, de los difuntos y de los animales. El campanero tenía mucho que hacer y los señores curas miraban al cielo para que fuera propicio en aguas, nubes, escarchas, heladas y rayos; para ellos hizo el Concejo un conjuradero de los más originales de la Tierra de Burgos.

Más o menos, los habitantes que creemos tenían VILLEGAS y VILLAMORON a finales del siglo XVI, cuando los dos poblados formaban una sola entidad, son: 99 vecinos que serían unos 500 habitantes, los mismos y siete más contaban en 1752: 106, incluyendo a dos viudas como un vecino. El censo daba 97 vecinos y 18 viudas con casa propia y abierta.

Precisamente en ese año de 1752, el Marqués de la Ensenada ministro de Fernando VI, mandó cumplir su proyecto de Catastro para la Contribución Única, a los efectos de competir con justicia las obligaciones fiscales. Por fortuna, se hizo en nuestra Villa, resultando ese Catastro la mejor fuente de conocimientos para conocer a todos y cada uno de sus vecinos. Un breve resumen nos ayudará a entender la naturaleza e idiosincrasia de VILLEGAS y su Barrio:

Se reconoce que VILLEGAS y VILLAMORÓN son una Villa con dos barrios, pero con la misma jurisdicción, encabezamientos fiscales, comunidad de pastos, leñas, aguas, etc. Y son de carácter de realengo. No hay por medio ni señorío secular ni eclesiástico.

El término tiene cuatro leguas y cuatro de contorno y harían falta cinco horas para recorrerlo.

En su mayor parte corresponde al secano.

Se mide por fanegas castellanas de 12 celemines.

Los viñedos se miden por cuarterones, medios y obreros; un obrero son 100 cepas.

Se cosechaban cereales, hierba, lino, vino y se crían todos los animales domésticos, incluidos los pavos, que valen 5 reales por unidad, el salario de dos días y medio de un jornalero.

Los precios no son altos:

  • Una Fanega de trigo: 15 reales
  • Una arroba de lana: 27 reales
  • Un cordero: 7 reales
  • Una cántara de vino: 3,5 reales

Los vecinos de VILLEGAS no se morían de hambre y menos de sed. El cronista ha realizado una valoración a través de los diezmos, de una cosecha de la Villa, resultando una renta por vecino de más de 850 reales-año, cifra que para sí hubieran querido la mayoría de los pueblos de la España de 1752.

En VILLEGAS:

Funcionaban entonces tres molinos de una rueda, con los nombres de Sotillo, Villalao y los Clérigos.

Hay en el pueblo 59 colmenas y se recrían ganados, según hemos señalado.

Hay una taberna que renta al Concejo 360 reales y una tienda que le cotiza 50 reales.

La Villa compró a la Hacienda Real el que llamaban Cuarto de Fiel Medidor (de vinos) que arrendaba el Concejo por 200 reales al año. Mucho vino medía el tal Fiel.

También había gastos:

  • Al Médico 70 fanegas de trigo,es decir,1.050 reales
  • Al escribano 94 fanegas de trigo,es decir,1.400 reales
  • Al herrero 40 fanegas de trigo + 150 reales

La Villa padece un censo de 30.000 reales que prestó una dama que vivía precisamente en Cortiguera, cerca de Sedano. El interés era bajo: al 2,5 %. Total, 750 reales al año.

En los dos barrios había zapatero, sastre, guardas de campo, pastores, 7 sacerdotes que atendían las dos iglesias y tres pobres de solemnidad.

La paz y el orden se turbaron con la Guerra de la Independencia contra Napoleón, emperador de Francia (1808) y con las Guerras Carlistas (1833). De hecho, al acabar la primera de ésta, VILLEGAS reúne 316 habitantes. Se reconoce su buen campo y se mantiene la calidad de sus cosechas. Hay incluso, una escuela de niños-as que sostiene el Concejo, que contribuye a los cargos del Estado con 10.688 reales. En 1900, los habitantes han subido a 528 y en 1950 a 476 en VILLEGAS y 149 en VILLAMORÓN. Total había 625 habitantes en los dos barrios que, en la segunda mitad del siglo XX fueron testigos del total vuelco que dio el campo español por las razones económicas y sociales que conocemos.

En el ANUARIO publicado por el Editor D. Carlos Bailly-Baillière, en el año 1910, reinando D. Alfonso XIII, rey católico de España, nacido y proclamado el día 17 de Mayo de 1886, casado con Dª Victoria Eugenia el día 31 de Mayo de 1906, se indica lo siguiente referente a la villa de VILLEGAS:

Villa del Partido Judicial de Villadiego, de 446 habitantes, con Ayuntamiento de 671 habitantes, a 5 km de Villadiego. Estación más próxima Osorno, a 50 km. Produce cereales y ganados. Fiesta el 29 de Diciembre.

  • Alcalde: Policarpo Cidad.
  • Secretario: José Martínez Gutiérrez.
  • Juez Municipal: Modesto Martínez.
  • Fiscal: Pedro Martínez.
  • Párroco: Francisco Martínez.
  • Profesor : Ignacio Palencia Martínez.
  • Profesora: Victoria Bohadilla Pérez.
  • Albañiles (maestros):
    • Diego Elías Martín
    • Antonio Martínez Gómez
    • Domingo Martínez Pérez
    • Mariano Martínez Pérez.
  • Carnicería: Vivencio de Grado.
  • Carpintería: Francisco Bustillo.
  • Constructor de Carros: Paulino Gómez Barbero.
  • Principales cosecheros de Cereales:
    • Amancio Benito Pérez
    • Elías Gómez Benito
    • Julián Guadilla Gallego
    • José Martínez Gutiérrez
    • Fermín Pérez
  • Comestibles:
    • Amancio Benito Pérez
    • Marciano Lomas Gómez
    • Saturnino Martín Martínez
  • Ganaderos:
    • Amancio Benito Pérez
    • Nicolás Gallego Vallejo
    • Nemesio García García
    • Julián Guadilla Gallego
    • Agustín López Gómez
    • José Martínez Gutiérrez
    • José de los Ríos Ruiz
    • Fermín Ruiz Lobón.
  • Molino de harinas: M. Pérez.
  • Herrerías: Francisco Alonso García, Pedro García López.
  • Médico: Demetrio Ruiz.
  • Parador: Saturnino Martínez Martínez.
  • Principales contribuyentes:
    • Julián Guadilla Gallego
    • Fermín Ruiz Lobón.
  • Expendeduría de tabacos: Gorgonia Gómez León.
  • Tiendas de vinos:
    • Amancio Benito Pérez
    • Francisco Cidad Calderón
    • Mariano Lomas Gómez
    • Saturnino Martín Martínez
    • Vicente Miguel Castro.
  • Zapaterías:
    • Leoncio Bustillo Bañuelos
    • Santiago Gutiérrez Gutiérrez
    • Gorgonio Pérez Gutiérrez

De VILLAMORÓN se citan los siguientes datos:

  • Barrio de Villegas, situado a 1,5 km.
  • Tiene 169 habitantes.
  • Herrería: Pedro García López
  • Vinos: Teonesto Cascajo Cidad.

Algunos pueblos no resistieron la experiencia, pero VILLEGAS confirmó su voluntad de vivir en el mismo surco y en los mismos ideales del siglo IX: Dignidad de las personas, su igualdad legal, justicia, servicio, fe y sacrificio, cosas que tendrán valor en todas las circunstancias. Así se hizo Castilla y así se hizo grande y así se hizo España y, si Europa no se hace así, no resultará como deseamos.

Actualmente la población de VILLEGAS es de 125 habitantes censados, pasando esta población a ser de 350 habitantes durante el verano. El número de casas abiertas durante el verano asciende a 110.

VILLAMORÓN está deshabitado durante el invierno; en verano, únicamente residen dos o tres vecinos, que suponen cuatro o cinco habitantes.

 

De los Foramontanos a los Maestros de cantería y talla: los Cántabros en Burgos de los siglos IX al XVIII.

(Extracto de la conferencia pronunciada por D. Isaac Rilova dentro de los actos de la VIIª Semana Cultural, Agosto 2006)

En primer lugar vamos a ver cómo eran originariamente los cántabros, cómo habían evolucionado desde la caída del Imperio Romano y qué influyó en ellos para que se atrevieran a dar ese paso gigante de la emigración a la Meseta.

Las tierras que hay ocupan la Montaña y Costa Cántabra tenían durante la Alta Edad Media una personalidad bien determinada. El general, frente a la romanización los cántabros constituían sociedades tribales, donde, según Estrabón, las mujeres cultivaban la tierra y eran éstas las que heredaban y las que casaban a sus hermanos. Son datos que nos remiten a una estructura matriarcal.

Sin embargo, al llegar los siglos IX y X el matriarcado había evolucionado hacia un modelo patriarcal, puesto que la herencia se transmitía de varón a varón, aunque todavía por línea femenina: sucesión del hermano de la madre al hijo de la hermana. Las cohesiones sociales de carácter tribal prácticamente se habían extinguido, afirmándose como célula social básica un tipo de familia muy próximo a la familia nuclear. En lo político se provocará la aparición de una débil articulación económica, política y social controlada por los condes, que pronto caerán bajo la esfera de influencia de los reyes asturianos que surgen con la iniciación de la reconquista.

Todos sabemos que la reconquista fue la respuesta del mundo cristiano peninsular a la invasión árabe de España que se produjo en el 711 y hay que partir de la base de que Galicia, Asturias, Cantabria y Vasconia fueron las regiones menos afectadas por la ocupación musulmana. Sabemos que Tarik y Muza ocuparon la práctica totalidad de la península, salvo la cordillera cantábrica y Galicia en apenas cuatro años. Todo ello provocó que muchos de los pobladores de la Meseta se pusieran en marcha hacia el norte peninsular. Si a ello sumamos los godos huidos de Toledo, encontramos ya en la mitad del siglo VIII en Asturias y en Cantabria un núcleo importante de visigodos que se unen a esos posibles excedentes demográficos que el paso de la sociedad tribal a la sedentaria ha generado.

Conocemos también cómo el primitivo reino astur se formó en el valle del Sella, con capital en Cangas de Onís, después de que el rey don Pelayo derrotara a las avanzadas musulmanas en Covadonga en el año 722, y sabemos también de la importancia que este hecho tuvo en la configuración de los posteriores reinos de León y de Castilla y, en definitiva, de España.

Algo más de cien años más tarde de la invasión musulmana, con Alfonso I, el reino astur, hacia el 850, había consolidado la reconquista, la expansión hacia el sur y ya se extendía desde el norte de Galicia hasta Lantarón, en Alava. Así, en el año 860, es repoblada la vieja y carismática capital de los cántabros, Amaya Patricia, por mandato del rey Ordoño I, aportando herramientas de labranza, ganados, plantando viñas y repartiendo tierras. Era el año 860 y la noticia se menciona en todas las Crónicas y Anales. Bajo Ordoño II, entre los años 850 y 866 se asegura una línea desde Tuy y Orense, al oeste, hasta Pancorbo y Cerezo de Río Tirón, por el este. El conde Rodrigo extenderá su dominio desde Amaya y Castrosiero hasta la Bureba y Pancorbo. Gobierna una balbuciente Castilla que rompe costuras por espacio de veinte años. Dirá el juglar: ”Harto era Castilla pequeño rincón cuando Amaya era cabeza y Fitero mojón». Son cultivadas las ricas tierras cerealistas de los ríos Odra, Brullés, Riomance y Fresno, en el límite de los tres antiguos pueblos, Vacceos, Turmogos y Cántabros, conocido hasta nuestros días como el Campo de Treviño (Trifinium: tres confines o límites), por el que cruzara la calzada romana que a partir de estas fechas se inscribe en la historia como «camino de asturianos», «camino de moros» y «camino de foramontanos».

Bajo Alfonso III, entre los años 866 y 910, se llega a la línea del Duero. En la zona burgalesa, su vasallo el conde Diego, hijo del conde Rodrigo, continuaría el avance hacia el sur repoblando Villadiego (880), Ubierna y Burgos (884). La repoblación de Villadiego y la consolidación de Castrogeriz (880) como elemento defensivo que dará seguridad a los nuevos pueblos, protegerá a las nuevas poblaciones que han aparecido en las riberas del Odra y del Brullés, como Villegas. Egas sería probablemente, según el profesor Gonzalo Martínez Díez, el foramontano de nombre germánico fundador de Villegas, del mismo modo que Mauronta lo sería de Villamorón. Los dos primeros poblamientos estarían constituidos por pequeños núcleos familiares que buscaban un equilibrio entre agricultura y ganadería. Con el mismo propósito de colonizar la tierra y sumarse al espíritu pionero de la naciente Castilla, brotan en el término actual de Villegas, Fuentecabeza, Pinilla, San Juan y Villaó o Villa Hux.

Una vez independizado el condado de Castilla del reino de León, bajo la égida de Fernán González, hacia el 912, se conquistan Roa, Clunia, San Esteban de Gormaz, Osma, Aza, Sepúlveda, Atienza y Peñafiel, y el rey Ramiro II de León, tomará Ledesma y Salamanca. Esta acción militar es, lógicamente, previa a la repobladora. Se aprovechan las nuevas oleadas que salen de sus refugios intramontanos para extender la frontera y la repoblación hasta el Duero. En la línea del Arlanza, Castrovido, Belorado, Carazo, Lara garantizarán los avances de los repobladores y en la línea del Duero, Osma, San Esteban de Gormaz, Coruña del Conde, Peñaranda, Aza, Roa, Ibrillos, Aranda, Hacinas y Peñafiel realizarán idéntica función. Dirá Pérez de Urbel que “no se da un paso sin levantar un castillo». Y no se trabaja en el campo sin perder de vista las fortalezas. Algún cronista añadirá maliciosamente que las tierras de Muñó, entre el Arlanza y el Arlanzón fueron «el granero que mató el hambre secular de los foramontanos».

En relación con los foramontanos, dejaremos de lado la zona astur-galaica y la vasco-pirenaica para centrarnos en aquella que nos atañe más directamente, la que arranca de los angostos valles de la vieja Cantabria, de las estribaciones orientales de los Picos de Europa, del valle de Cabuérniga, de la zona de Cabezón, del Toranzo, de los valles de Cayón y de Ampuero. Sin banalizar el tema, alguien ha comparado el fenómeno repoblador foramontano con la conquista del Oeste americano que nos describen algunas célebres películas. Impulsores de tan impresionante aventura fueron gentes humildes bajo la dirección de reyes, condes y abades. A estos últimos, les interesa ocupar las zonas deshabitadas y ponerlas en cultivo, lo que supondría por parte de las autoridades dar todo tipo de facilidades a quienes quisieran repoblar aquellos territorios.

Repoblar (populare), suponía organizar aquel territorio abandonado a su suerte. La tierra pertenece al rey y cualquiera puede hacerse dueño de ella por el simple hecho de roturarla u ocuparla sin más, fenómeno que se conoce con el nombre de pressura; ésta se hace efectiva no cuando se ocupa, sino cuando se trabaja y explota. Es lo que se denomina “scalidare” o sea, escalidar, limpiar, roturar y cultivar las tierras, trocando el erial en campo productivo. Con ello, los primeros repobladores van a convertirse en pequeños propietarios libres. El poema de Fernán González lo canta así: » Villas y castillos tengo, todos a mi mandar son; dellos me dejó mi padre, dellos me ganara yo. Los que me dejó mi padre poblelos de ricos hombres, los que yo me hube ganado poblelos de labradores. Quien no había más que un buey, dábale otro que eran dos; el que casaba su bija le daba yo rico don; cada día que amanece por mí hacen oración…»

         Ahora, después de haber hablado del fenómeno repoblador, vamos a hacerlo de sus protagonistas, de esos hombres y mujeres del norte que un día se pusieron en camino desde los verdes valles cántabros hacia las altas planicies mesetarias. Podemos establecer tres grandes fases migratorias: 1ª) la del Norte palentino; 2ª) la del Norte de Burgos con tres grandes rutas: la central o del valle de Mena; la del Este o de Valpuesta; y la del Oeste o del Pas y de Valdeporres; y 3ª) la de la progresión hacia el Duero y repoblación de esta parte de la Meseta.

Vamos a hablar ahora de la primera fase de las rutas de los foramontanos.

La palabra foramontano deriva de las latinas “fora montis» = fuera de la montaña, o mejor, tras la montaña. Hacia el año 814, los Anales Castellanos dan la noticia siguiente:: «Exierunt foras montani de Malacoria et venerunt ad Castella». (Salieron los foramontanos …etc.) Pérez de Urbel comenta el texto diciendo que «es una emigración en masa de gentes de las estribaciones orientales de los Picos de Europa, donde están las Mazcuerras, hacia Bricia, Campóo y Saldaña. Bajan de Cabuérniga y Cabezón por la Braña del Portillo hasta el nacimiento del Ebro; pasan cerca de Reinosa y al penetrar en la llanura se convierten en foramontanos». Esta salida y emigración, para algunos como el historiador árabe contemporáneo lbn Idhari, fue forzada por un hambre general; para otros, fue la audacia, la aventura o la ambición. Es, en definitiva, un fuerte impulso popular forzado por la necesidad, por la superpoblación producida por el cambio de estructura económica y por la llegada de gentes que huían de la ocupación musulmana, pero dirigido desde arriba por un determinado protagonista político, que era el señor o el conde que conquistaba en nombre del rey.

Para estas gentes de tan distintas procedencias y culturas, la parte sur de sus refugios montañosos, o sea, Castilla, aparece como la tierra de promisión, soleada y rica de pan llevar. Hay que figurarse a aquellos hombres -mitad guerreros, mitad trabajadores-, poniéndose en marcha a toque de bígaro o caracol con resonancias marinas y con la sencillez de las grandes empresas; arreaban las vacas tudancas con la ijada y avanzaban, azada al hombro y espada al cinto, como les dibujara magníficamente el genial artista Vela Zanetti en la puerta de Santa María de Burgos.

La primera de las Rutas de los Foramontanos que nos ocupa sería la palentina, que tomaba un ramal militar de la calzada romana que unía Sasamón (Segisamo) con Suances (Portus Blendium). Por Cabuérniga y los Sejos, llegaba a Campóo (Soto, Espinilla, Barrio, La Población) atravesando el puerto de Palombera, y seguía con dirección al Portillo de Somahoz para internarse, cruzando el puente Rojadillo (Valberzoso) sobre el río Camesa, en tierras del Norte palentino; continuaba por Salcedillo y Brañosera, hasta alcanzar, por el puente romano de Néstar, las orillas del Pisuerga.

Brañosera sería el punto más importante de esta repoblación foramontana occidental. Tanto Pérez de Urbel como García Guinea dan como posible que el conde Munio Núñez dominara Liébana y Campóo en el reinado de Alfonso II el Casto. Él es quien se encarga de reclutar a varias familias de Cabuérniga como primera avanzadilla hacia la repoblación; se pueden considerar como los foramontanos de primera hora. El jueves, 13 de octubre del año 824, cinco familias de foramontanos se instalaron en un paraje denominado Braña Osaria (Brañosera) entre las sierras de la Braña y la de Cebollera, en la montaña palentina, y fundaron lo que sería el primer municipio libre de España. El fuero o carta-puebla de Brañosera se conserva y está firmado por Munio Núñez y su mujer Argilo.

Con esto, pasamos a la segunda fase de las rutas de los foramontanos.

En la zona burgalesa, estudiando las cartas de fundación de monasterios y las confirmaciones reales de las pressuras realizadas por estos pioneros, se dibujan otras rutas por donde los foramontanos se adentran en lo que ahora es el norte de la provincia burgalesa, asentándose en núcleos de repoblación que a continuación detallamos:

Valle de Mena (núcleo central). El abad Vítulo y su hermano Ervigio pasan el río Ordunte camino de Taranco donde fundan el monasterio de San Emeterio y San Celedonio de Taranco de Mena (15-IX-800) y realizan presuras alrededor incluyendo los núcleos de Fauces (Hoz de Mena) y Ordelione (Ordejón de Ordunte), entre otros. La carta, redactada en latín por el notario Lope recoge los lugares que han localizado y repoblado, dotándoles de casas, iglesias, ganados, huertos, canales y molinos. Este documento es importante porque es la primera vez en que aparece el vocablo “Castilla” en un documento cristiano para designar una pequeña circunscripción extendida al norte de la actual provincia de Burgos, entre los territorios de Mena y Losa, comprendiendo los valles de Espinosa de los Monteros en dirección a Villarcayo y Medina de Pomar. Aunque ya cuarenta años antes, en el año 759, en un documento árabe aparece la denominación de “Al-Quilé” o “Al-Kala” (el castillo o los castillos, Castilla en definitiva), para denominar al territorio norteño insumiso que los cristianos denominaban  todavía las Bardulias.

Valpuesta (núcleo oriental) fue repoblada en el 804, según un documento de fecha 21 de diciembre de ese año. Algo antes, el obispo Juan había llegado a Valis Posita (puesta en el valle, Valpuesta) encontrando una iglesia abandonada con la advocación de Santa María. La reconstruyó y realizó pressuras en su entorno, preferentemente en las comarcas de Valdegovía y de Losa. Con estos dominios, Juan constituyó el obispado de Valpuesta (año 804). Felmiro, en el 881, y Fredulfo, en el 894, serían los siguientes obispos de Valpuesta.

Valle del Pas y de Valdeporres (núcleo occidental), En esta zona, sin embargo, no sólo van a ser clérigos los repobladores en estos momentos iniciales. Una carta de donación que Guduigia hace al recién fundado monasterio de San Vicente y San Cristóbal de Sístoles incluye en su propia donación el propio monasterio así como territorios en Cabárceno, Sístoles (Esles) y Paniacos (Penagos). Unos años después este monasterio se va a ver favorecido por el conde Gundesindo, probablemente gobernador de estas tierras cántabras. El documento es del 30-XI-816 y en él Gundesindo dona a dicho monasterio diversos territorios en el valle del Pas y en Burgos, Sanctus Coba (Sotoscueva), Cornelio (Cornejo), Botares y Plaranos (desaparecidos) que están entre Ormaza y Spinosella (Espinosa de los Monteros).

Por último entramos en la tercera fase de las rutas de los foramontanos.

Los condes castellanos aprovecharán las nuevas oleadas que salen de sus refugios intramontanos para extender la frontera y la repoblación hasta el Duero. Los foramontanos, como vamos viendo, irán de norte a sur, lentamente, hacia el desierto del Duero, buscando sus amplios horizontes en un despliegue de avance y retroceso, cultivando tierras y defendiéndolas tras las fronteras naturales de ríos como Arlanzón, Arlanza, Pisuerga, Ebro y Duero, viviendo a la sombra de los castillos que refuerzan esas mismas rayas fronterizas. Se consolidarán las líneas del Arlanza y Arlanzón con las fortalezas de Castrovido, Belorado, Carazo y Lara, que garantizarán los avances de los repobladores en la línea del Duero: Osma, San Esteban de Gormaz, Coruña del Conde, Peñaranda, Aza, Roa, Ibrillos, Aranda, Hacinas y Peñafiel. Aquí, en la Meseta, experimentan la dureza de la vida y la pobreza de aquellos tiempos, las algaras y pillajes, la incertidumbre del mañana, la proximidad del año mil con sus temores. Pero antes ha tenido lugar una acción militar de control y de estabilización del territorio. Primero la espada y luego el arado.

De esta manera aparecerán aldeas o villas que formarán la primitiva Castilla. Villas tales como: Valpuesta (valis posita, puesta en el valle), Villarcayo (Villa de Arcadio), Villa-Laín, Villa-Martín, Villa-Mezán, Villa-Lázara, Villa-fría, Villadiego (villa del conde don Diego), Villa-nueva, Quintanilla de Rueda, Quintanilla de Pienza, Fresnedo (lugar de fresnos), Olmillos (lugar de olmos) Ahedo (lugar de hayas), Linares (lugar de lino), Bascuñana (de vascos), Vizcaínos (de vizcainos), etc. La vieja ciudad cántabra de Amaya y su inexpugnable fortaleza se mantienen como garantía para la seguridad de Valdeolea, Valdeprado, Valderredible, amén de la línea de fortalezas del Ebro como Virtus, Orbaneja, Valdenoceda, Medina, Tedeja, Frías, Pancorbo.

Esto es, a grandes pinceladas, el fenómeno repoblador que tiene como protagonistas a los foramontanos en un primer momento histórico duro, complicado y desorganizado, y en un segundo momento, reinando Alfonso III, en que el impulso repoblador va más rápido. Tras de aquellos hombres ha llegado hasta nosotros su influencia montañesa reflejada en toponimias de la Meseta como Barcenas, Ontañón, Cantabrana y Lebaniegos, por nombrar alguna, y en la cantidad de apellidos toponímicos de origen cántabro, ahora extendidos por toda la península, que trajeron consigo: Solares, Santillana, Villegas, Polanco, Ruiloba, Castañeda, Bustillo, Bárcena, Solórzano, etc. etc.

Si bajamos hasta las cercanías de Mazcuerras, en Cantabria, junto al río Saja, nos encontraremos el monumento levantado a los foramontanos y, sobre él, la inscripción que hizo popular Víctor de la Serna: «Aquí empieza España, compañero. Si los españoles fuéramos aficionados a contarle a la gente propia y a la extraña algo de lo que somos, aquí pondríamos una piedra lisa, rosada, de las canteras de la Hoz de Santa Lucía, hermana en dignidad y nobleza de la arenisca dorada de Salamanca, del Travertíno romano y de la piedra de Colmenar con este letrero: Aquí empieza esa cosa inmensa e indestructible que llamamos España».

Resumiendo, el foramontano, dirá algún comentarista, salía del valle angosto y húmedo, y se asentaba en la meseta o el páramo; en ese momento comenzaba siendo un valiente. El foramontano lucha con una mano y con la otra cultiva su campo y alza su casa. Cada primavera se ocupa un alcor que inmediatamente se fortifica; se reparten las tierras abandonadas, se construye el poblado y, después… a esperar el fruto de la vida y el golpe del musulmán que querrá recoger lo que no sembró. Estos hombres se mueven impulsados por un instinto de libertad; el foramontano se convierte en persona libre amparado por el fuero. El foramontano reclama para su grupo de hombres libres el clima debido para el desarrollo de la personalidad individual y colectiva, el fuero. Era la exigencia de su libertad, lo que se podía llamar «democracia» castellana, que tiene su expresión en el concejo abierto y a campana tañida, en el pórtico de la iglesia, junto a la gruesa olma o bajo el ampuloso nogal. Nacen los jueces que se encargarán de resolver por el sistema de albedrío los espinosos asuntos comunes. Obispos y clérigos, abades y gasalianes (compañeros), libres y siervos comienzan a ocupar, a deforestar, a labrar la tierra inculta y a llenarla de pueblos con nombres de raíces cántabras, vasconas, mozárabes y visigodas.

         Pero hay más momentos en  la historia –con esto me adentro en la segunda parte de la conferencia y voy a ser breve- en que se da un proceso de interrelación, de imbricación entre las gentes de Cantabria y Castilla, entre Santander y Burgos, para ser más precisos.

         El obispado de Burgos, instaurado en el año 1075, era el heredero canónico de la vieja sede episcopal de Oca. A Oca le había añadido Leovigildo los territorios conquistados a los suevos en 570, y los de la Bardulia, tomados a los vascones en 581. Por ello, desde 1075 la diócesis de Burgos abarcaba desde el Nervión y el Deva, al norte, a los afluentes del Arlanzón y del  Arlanza, al sur, que práctica­mente permanece­ría inalterable hasta la desmembra­ción de la diócesis de Santander en 1754. 

         Luego durante más de 1.100 años el obispo de Burgos ha gobernado espiritualmente y ha disfrutado de beneficios y rentas en la actual provincia de Cantabria, que siempre se llamó “Peñas al Mar”, “la Montaña de Burgos”, o sencillamente “la Montaña”.

         La diócesis, para su administración y gobierno, se dividía en arcedianatos y arciprestazgos. Los arcedianatos desde principios del siglo XIII ya eran seis: Burgos, Briviesca, Lara, Palenzuela, Valpuesta y Treviño. Estos dos últimos incluían en sus términos territorios cántabros. Valpuesta se extendía por el noroeste burgalés, por tierras de Miranda de Ebro y Merindades, hasta Laredo y Castro Urdiales; y Treviño por el occidente burgalés, desde Castrojeriz hasta Santillana del Mar y San Vicente de la Barquera. El arcedianato de Valpuesta contaba, además, en Cantabria con los arciprestazgos de Castro Urdiales, Latas, Codejo, Soba y Tudela, aparte de la vicaría de Laredo. El de Treviño con los arciprestazgos de Cillaperril, Pagasanes, Muslera, Santillana del Mar y San Vicente de la Barquera. En Cantabria, también, estaban situadas las famosas abadías o colegiatas de Santillana, de Santander, de Santa María del Puerto de Santoña y de San Martín de Helines, que pertenecían a la diócesis burgalesa.

         La diócesis de Burgos (luego archidiócesis) era una de las más extensas de España y una de las más ricas, después de la de Toledo, Sevilla y Santiago.       Las elevadas rentas y beneficios que disfrutaba el arzobispo de Burgos estaban diseminados por todo el territorio diocesano, preferentemente por la zona norte. Más en concreto, la Mesa episcopal tenía posesiones y derechos en alrededor de 250 lugares. El núcleo más importante se situaba en la zona norte, tanto por el número de localidades como por la intensidad de su concentración y valor de las rentas.

         En la Montaña de Burgos, hoy la comunidad autónoma cántabra, y en parte de Vizcaya el obispo cobraba rentas en:

Cinco Villas (Laredo, Castro Urdiales, Santander, Santillana y San Vicente de la Barquera), Ampuero, Cabuérniga, Cóbreces, Carmona, Comillas, Reocín, Ruiloba, Valdecarriedo, Balmaseda (ésta ya de Vizcaya).

         Además del obispado, muchas instituciones religiosas y laicas burgalesas guardaban relación o tenían intereses económicos en Cantabria. Así, el Monasterio de San Juan de Burgos cobraba un impuesto, en 1178,  sobre las mercancías que entraban en el puerto de Castro Urdiales.

         Pocos años después, en 1192, la catedral de Burgos recibía, a través del obispo don Mariano el poder de cobrar diezmos de todas las mercaderías que llegaban a los puertos de Santander y Castro Urdiales. En el documento se nos especifican algunos de estos productos: paños y armas. Para estas fechas el recién fundado Monasterio de Las Huelgas  mantenía también relaciones con la costa cántabra y sobre todo con Laredo, ya que en el mismo año de 1192 realiza un cambio entre la villa de Castro Urdiales y un censo de 400 maravedíes de oro en las salinas de Atienza.

Pero no creamos que el Monasterio se desentendió de su relación con los puertos. Ello nos alumbra en el segundo factor que motivaba el deseo de Burgos de comunicarse con los puertos: el pescado. Por los años de 1285 se nos dice en otro documento que el censo de 1.000 maravedíes que tiene el Monasterio en la villa de Laredo “es sennaladamente para pitanza de pescado”. Las relaciones económicas se comenzaban a anudar sobre la diversidad de productos, entrecruzados entre la meseta y la montaña desde la ciudad emplazada en su borde que era Burgos. Cantabria ofreció sus puertos para el embarque de productos y Burgos concentraría la lana de sus merinas para ser  exportadas desde aquéllos a los mercados del norte de Europa. Cantabria daría el queso y la manteca de sus montañas y el pescado de sus costas y Burgos canalizará hacia ellos cargamentos de trigo y cereales de los que aquellas tierras carecen.

También la familia de los Fernández de Velasco, los condestables de Castilla, son otro factor de conjunción entre Cantabria y Burgos, y desde su palacio del Cordón de Burgos controlaban sus extensas posesiones que abarcaron en Burgos amplias zonas de las Merindades, la Bureba y Belorado, la zona oriental de Palencia, el este de Cantabria (Trasmiera, Ruesga, Soba, Villaverde de Trucíos) y el oeste de Vizcaya.

 

         Ahora damos un salto en el tiempo desde la época Medieval a la Moderna y nos encontramos con el tercer y último elemento de interrelación, de colaboración entre Cantabria y Burgos, que se llevó a cabo en los siglos XVII y XVIII. Es la época de la presencia de los grandes maestros canteros y retablistas cántabros en nuestra diócesis y provincia. Los canteros proceden del norte, de las comarcas comprendidas entre los ríos Nansa y Nervión que formaban parte de la diócesis burgalesa. Los apellidos denotan el lugar de origen: Azas, Osma, Bueras, Albitiz, Berrieza, Trevilla, Gibaja, Vélez de Herrada, Escarza, Ozámiz, Suertes, Colindres, Arredondo, etc., pudiendo seguirse la enumeración hasta completar la mayor parte de las localidades de la zona señalada, con especial concentración en la Merindad de Transmiera, Junta de Boto y Cudeyo y valle de las Encartaciones, éste ya en Vizcaya.

         El arzobispado de Burgos controlaba por medio de sus visitadores o “veedores de obras” la  ingente cantidad de retablos que entre los siglos XVII y XVIII se levantaron en toda la diócesis. Pues bien, más de un 40 % de los arquitectos, ensambladores, maestros de obras y escultores fueron cántabros de procedencia. El hecho de pertenecer a la diócesis burgalesa los colocó siempre en situación de privilegio a la hora de conseguir los contratos para las obras. Los provisores de la diócesis les daban total preferencia frente a oficiales de otra procedencia y sólo vamos a citar –para concluir ya- a los que trabajaron en los templos de nuestra comarca.

         Arquitectos y maestros de obras: Así, por ejemplo Juan Gil de Hontañón y Juan de Rasines son arquitectos de origen montañés que implantan en otros lugares y particularmente en nuestra comarca el modelo de templo de salón, de origen alemán traído por los Colonia, denominado “hallenkirche”, que admiramos en San Juan de Castrogeriz, Villasandino, en Olmillos, en Villasilos, en Villaveta, etc.

         La saga de los Nestosa: Policarpo, Pedro, Juan, etc., que se multiplicaron en los templos de la comarca.

         Juan de la Piedra Arce, natural del valle de Liendo, que trabajó en San Cosme y San Damián y en San Esteban de Burgos.

         Juan de la Hedilla, Juan de la Fuente, Marcos de la Riba, Miguel de la Fuente, Pedro de Camporredondo y Pedro de Navega, que lo hicieron en Villaveta.

         Juan de la Maza, Juan de la Sierra Vega y Pantaleón de Ribas, que trabajaron en Iglesias, etc.

         Retablistas: Andrés Martínez de Arce, natural de Laredo, participó en los retablos de las iglesias de Villafuertes, Arcos de la Llana y Villasur de Herreros.

         Francisco Albo, nació en Seña y trabajó en Villahizán de Treviño en la conclusión del retablo mayor, además de en Tapia, Sandoval y Guadilla de Villamar.

         Fernando de la Peña, natural de Ajo, que trabajó en el Hospital del Rey, en la catedral de Burgos, Villaveta, Villasandino, Padilla de Abajo, Iglesias y Hontanas.

         Juan de Pobes, que nació en Isla, y que trabajó en los retablos de Melgar de Fernamental, Olmillos de Sasamón, Villasilos, Villanueva de Odra, y otros.

         Juan de los Helgueros era natural de Arnuero, que trabajó, generalmente con Juan de Pobes en los mismos lugares que el anterior.

         Martín Gutiérrez de Perujillo, natural de Valdecilla, que trabajó en Castellanos de Castro y Rabé de las Calzadas.

         Clemente de la Quintana. Nació en Isla y trabajó en los retablos de Villahizán de Treviño y Amaya.

         Martín del Hoyo, natural de Isla, participó en los retablos de Villahizán de Treviño, Guadilla de Villamar y Villasandino.

         Andrés de Monasterio, natural de Ajo, colaboró en la ejecución de los retablos de Villaveta, Herrera de Río Pisuerga, Hontanas y Padilla de Abajo.

         Lorenzo Vélez de Bareyo, natural de Bareyo, que trabajó en Melgar de Fernamental.

         Toribio Fernández, natural de San Miguel de Repudio, que trabajó en Castromorca y varios pueblos de la comarca de Villadiego.

         Diego Alonso de Suano, natural de Isla, que trabajó en Villasandino, Lerma, Villamanzo, Villalbilla de Burgos y Melgar de Fernamental.

         Y, por último, sin tratar de ser exhaustivos, Francisco Antonio de Munar, del valle de Meruelo, que trabajó en Iglesias, Las Hormazas y Urbel del Castillo.

         Para concluir: han sido nueve siglos de interrelación más o menos intensa entre Cantabria y Castilla, entre los cántabros y los burgaleses, desde los primitivos foramontanos de los siglos IX y X a los modernos maestros canteros y retablistas de los siglos XVII y XVIII. En el aspecto religioso la Montaña de Burgos fue durante muchos siglos parte importante de la diócesis burgalesa hasta la creación de la nueva diócesis de Santander en 1754 y, en lo civil, los dominios del Condestable, de los Fernández de Velasco, originarios también ellos de los valles norteños, cubrían gran parte del solar cántabro. En el aspecto humano, en definitiva, de Cantabria llegaron nuestros antepasados y trajeron sus apellidos, sus costumbres, su amor al terruño y a la independencia.

         Pues bien, con el recuerdo emocionado a los antepasados foramontanos y a los maestros canteros y retablistas que trabajaron en nuestra tierra, queremos trasladar nuestro cariño y nuestro más sentido homenaje a Cantabria y al ayuntamiento y pueblo hermano de Miengo, que tan dignamente les representan.

A todos los presentes, por su atención, muchas gracias

 

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