TRADICIONES

HOGUERA DE SAN ISIDRO

Los niños y jóvenes del pueblo, dos meses antes del día 15 de Mayo –festividad de San Isidro Labrador- al salir de la escuela, han ido por los caminos recogiendo ramas y matojos para hacer la hoguera.

Al anochecer, del día 14 de Mayo, chavales y mayores se acercan al “Puentipiedra” para encender la hoguera. Las llamas consumen poco a poco las ramas, matojos y demás enseres de madera retirados de los hogares por inútiles.

El fuego tiene un poder destructor, pero, por otra parte, es también purificador. Este fuego congrega a su alrededor a los que en esta noche sienten la llamada consciente o inconsciente del fuego. La solidaridad se refuerza alrededor de la hoguera. Hay leyendas que auguran mala suerte a los que insolidariamente no acuden a este acto; y otras por las que este fuego preservará las cosechas de los males que vagan en la oscuridad de la noche buscando dónde aposentarse.

El jolgorio, la música y el vino, que corre en abundancia, contribuyen a caldear el ambiente festivo. Algunos se atreven a saltar la hoguera.

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ROMERÍA A LA ERMITA DEL “SANTO CRISTO DEL HUMILLADERO”

Esta romería es una manifestación pública de la devoción al “Santo Cristo del Humilladero” que mueve a los habitantes del pueblo de Villegas y de Susinos del Páramo, así como de los pueblos de los alrededores de la comarca.

Esta romería se celebra el sábado más próximo a los cuarenta días posteriores a la Pascua. Antiguamente se celebraba el día que coincidía exactamente. El trabaja y la emigración a la ciudad ha determinado hacer coincidir esta fiesta con un día no laborable.

Esta fiesta se inicia con el recibimiento por parte de los vecinos de Villegas a los peregrinos del Susinos del Páramo. Antiguamente venían con caballerías o andando a través del monte; se les recibía en las proximidades de “Cuesta el Cuerno”, con el abrazo de los dos pendones. Hoy, el coche ha anulado esta entrañable tradición.

Con un tractor y un remolque transportan las mesas, bancos, y demás enseres para la posterior comida de hermandad.

A las doce del mediodía los párrocos de ambos pueblos inician el recorrido hacia la ermita cantando el rezo del Santo Rosario. Los pendones de ambos pueblos presiden la procesión.

Finalizada la misa de agradecimiento por los beneficios recibidos en el año y de petición de una buena cosecha y de la protección contra todo peligro, el pueblo de Susinos entona la canción del Credo:

Creo en un solo Dios
Padre Eterno Omnipotente,
que es del mundo el Creador,
quien lo rige y lo sostiene.
De la tierra me formó
y me dio un alma inmortal.
Con todo mi corazón
quiérole servir y amar.
Tres Personas hay en Dios:
Padre, Hijo y Espíritu Santo;
un solo Dios las tres son,
Cristo así lo ha revelado.
Adoremos con amor
a la Augusta Trinidad.
Con todo mi corazón
quiérole servir y amar.
Para nuestra salvación
el Dios Hijo se hizo hombre,
y sin dejar de ser Dios,
de una Virgen nació pobre.
Su evangelio predicó,
que a la Tierra ha de salvar.
Con todo mi corazón
quiérole servir y amar.
Creo en Jesús Salvador
que perdona los pecados
a quien lo pide perdón
dolorido y humillado.
Si haces buena confesión
Cristo te ha de perdonar.
Con todo mi corazón
quiérole servir y amar.
Creo en Jesucristo Dios
que nos da el ser de la gracia;
de la carne con el pan
se alimentan nuestras almas.
La Sagrada Comunión
es el más rico manjar.
Con todo mi corazón
quiérole servir y amar.
Creo en Jesucristo Juez
que vendrá a juzgar al mundo;
al malo castigará
y dará premio al justo.
Él sabrá lo que yo soy,
Él mi sentencia dará.
Con todo mi corazón
quiérole servir y amar.
Creo en Jesucristo Rey,
glorificador del bueno;
al que en la Tierra le es fiel
dará su gloria en el Cielo.
Aquí termina el dolor,
allí comienza el gozar.
Con todo mi corazón
quiérole servir y amar.
Creo lo que tiene y cree
la Santa Iglesia infalible
de la verdadera fe,
que es maestra incorregible.
Jesucristo la fundó,
el Papa su Capitán.
Con todo mi corazón
quiérole servir y amar.

Terminada la ceremonia religiosa, En la campa de la ermita los vecinos de Susinos ofrecen a todos un vino dulce y galletas; la tertulia y el comentario de vivencias animan este tiempo.

Al finalizar la procesión de regreso y el canto del Santo Rosario, Villegas les ofrece un aperitivo en las bodegas. Alrededor de la puerta de la bodega ambos pueblos saborean el vino de la tierra, la tortilla y las “latillas” de conserva. Aperitivo para continuar con la comida de hermandad que tendrá lugar después en una nave del pueblo; comida en la que participan los romeros de Susinos y alguno de los vecinos de Villegas.

Por la tarde, la partida al mus, brisca, …; y al final, el juego de la tuta. El campeón se llevará como premio un jamón de la tierra.

Una vez más aparece el contrapunto de lo religioso-profano. Pero prevalece la convivencia, la relación cordial y de buena vecindad.

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LA SEMANA SANTA

JUEVES SANTO

La Semana Santa es un periodo de contrastes. El silencio absoluto y el estruendo de los tambores; el voto de guardar silencio durante la procesión de los cofrades la “La Vera Cruz”; el silencio del público al paso de las imágenes y de los penitentes; el estruendo de la matraca en el silencio sobrecogedor del Oficio de Tinieblas, …

La procesión nocturna del Jueves Santo tiene una gran tradición en Villegas. Aproximadamente a las diez de la noche todo el pueblo se concentra en la explanada de la casa –desgraciadamente en ruinas- de la cofradía de “La Vera Cruz”. Como contrapunto al silencio sobrecogedor, el tambor con su toque cadencioso y monótono, anuncia el comienzo de la procesión; procesión en la que se exalta el dolor, la penitencia, la súplica del perdón. El pendón, la “Cruz de los Angelitos”, la Cruz procesional, La Dolorosa, El Nazareno con la Cruz a cuestas, …

Entre el público se oye el cotilleo y las opiniones contrapuestas sobre si será uno u otro el penitente.

El coro parroquial, mientras la procesión se dirige hacia la iglesia, entona el siguiente cántico:

Tu Sangre inocente,
vertisteis por mí,
perdón Dios clemente,
que ingrato te fui.
De Virgen sin mancha,
apenas nacido
su sangre ha corrido,
sentido el dolor.
Jesús, el cuchillo
mis culpas ahí fueron,
mis culpas te hirieron,
perdonad Señor.
Le veis en el huerto
de angustias cercado,
su frente ha bañado
copioso sudor.
Cual riega la Tierra
su Sangre inocente,
Dios justo y clemente,
Yo adoro tu amor.
Sus venas divinas,
cual rígida mano,
verdugo inhumano
comienza a rasgar.
Y en largos arroyos
de Sangre vertida,
Jesús me convida
mis culpas lavar.
Del manso Cordero
la sacra cabeza,
cuya alta belleza
Satán envidió.
La ciñe corona
de espinas punzantes,
que el genio arrogante
del hombre tejió.
Con huellas de sangre
tu afecto divino
señala el camino
de mi salvación.
De hoy más confiado
seguiré tras ella,
huyendo la huella
de loca aflicción.
Tu Cuerpo inocente,
en Sangre bañado
del lecho sagrado
pendiente se ve.
Y amante sufriste
tan duro martirio,
que yo en mi delirio
ingrato aumenté.
Jesús ha expirado,
su amor no, no muere,
que aún muerto nos quiere
mostrar su bondad.
Y abierto el costado
su Sangre derrama,
mi amor ya se inflama,
Dios mío piedad.

Y en medio de cada estrofa, el sacerdote recita con fuerte voz la estrofa del Miserere.

Al llegar a la iglesia, el redoble del tambor se hace más potente reforzado por el eco de sus fuertes muros. Suena la música, traspasa el aire hasta inundar todo el ámbito eclesial; el alma navega y contempla al Hijo muerto; el tambor sigue con su repique monótono, … Arden las velas a ambos lados del Monumento. Estas velas no consumidas se llevarán a las casas para encenderlas en la ventana o dentro del hogar para preservarle del rayo que sólo causa estragos.

VIERNES SANTO

La procesión del Viernes Santo a la ermita del Santo Cristo del Humilladero comienza a las doce del mediodía. Las mismas insignias e imágenes, pero ya sin los trajes de nazarenos.


¡Oh Jesús Rey amoroso!
dadme que llore piadoso
tus tormentos y pasión.
He amores alma mía
los desprecios de este día,
mía de tu Redentor.
Mira con sagrado espanto
de Jesús exceso tanto
dolorido el corazón.
Los desprecios y dolores
que sufrió quieres que llore
con amante compasión.
Sobre su rostro sagrado
en el huerto se ha postrado
con profunda humillación.
A su Padre orando atento
Muestra en sudor sangriento
De su alma la aflicción.
Con osadía insolente
acomete mucha gente
a prenderle en confusión.
Muy atado, los sayones,
con injurias y empellones
le sacan como a ladrón.
Como mago y hechicero
llevan al Dios verdadero
con furiosa indignación.
Ante Anás es presentado
requerido y preguntado
como un reo en confesión.
Aunque responde modesto,
un esclavo descompuesto
le da airado un bofetón.
Llevan al manso Cordero
de un juez a otro más fiero
por hallarle acusación.
Después de mil desacatos
le presentan a Pilatos
con ruidosa alteración.

LAMENTOS

Jesús tan afligido,
Jesús atormentado.
llorad, pues, ojos míos,
llorad por vuestro amado.
Venid, venid lamentos,
cercad mi corazón,
pues canto tu pasión,
Jesús, y tus tormentos
encienden mis acentos,
el pecho más helado.
Llorad, pues, ojos míos,
llorad por vuestro amado.
¡Oh, Rey esclarecido!
¿Por qué, Señor, te humillas
y doblas las rodillas
a Judas fementido?
Salid, pues, a cumplir
La orden de tu Padre.
Decid a vuestra Madre
que os vais para morir.
¡Oh, cómo habéis de herir
su corazón sagrado!
¡Oh, dulce Madre mía!,
tu bendición espero.
Yo por los hombres quiero
alejar tu compañía;
la voz suspendería
en lágrimas bañado.
Sigue alma a tu Dios.
Al huerto ya camina;
allí su faz inclina
tu dulce Redentor.
La sangre y el sudor
le tienen acongojado.
Ya llegan los sayones
y Judas a prenderle;
ya llegan a ofenderle
con golpes y baldones.
Con rígidas prisiones
le llevan maniatado.
¡Jesús, adónde vas
atormentado y preso;
de un amoroso exceso
aprisionado estás,
pues del injusto Anás
permites ser juzgado!
¡Oh, cómo le reprendes
al juez airado y fiero!
A Ti, manso Cordero,
ninguno te defiende;
mas, ¡ay!, que ya pretende
herirte un hombre airado.
Allí un hombre alevoso
con ira arrebatado
le dio una bofetada
a mi querido esposo;
quedó su rostro hermoso
herido y maltratado.
Llorad amargamente,
¡oh! Ángeles de paz
al ver herir la faz
de un Dios omnipotente.
¡Oh!, qué dolor que siente
su rostro delicado.
Ya os llevan con prisiones,
Jesús, ante Pilatos.
A los hombres ingratos
infaman tus acciones;
braman como leones
que seáis condenado.
Pilatos fementido
mandó sin causa alguna
atar a una columna
a mi Dios afligido.
Allí de sus vestidos
fue luego desnudado.
Ya con furor y saña
le azotan cruelmente
y el cordero inocente
está con paz extraña.
¡Oh! Cuánta sangre baña
su cuerpo desangrado.
A ti, Jesús, os veo
de espinas coronado
y el rostro abofeteado
y con salivas feo,
atado como os veo,
y todo ensangrentado.
Lloremos, alma mía,
sus profundos dolores.
lloremos los rigores
de nuestra tiranía,
lloremos al porfía
de verle así enclavado.
Mostró el juez al Señor
Al pueblo y sacerdotes
Con cinco mil azotes
Anegado en dolores.
Calmaron con furor
Que seas crucificado.
Pilatos temeroso,
Contra vuestra inocencia
Publica la sentencia
Severo y riguroso,
Seáis ajusticiado.
Ya toma el grave leño
e esta cruz sagrada
y empieza la jornada.
¡Jesús, mi dulce dueño,
con qué terrible ceño
te infama el pueblo airado!
Ya dos ladrones
por uno y otro lado
le cercan con sayones.
Ya claman los pregones
que va a ser castigado.
Venid, ¡oh Virgen Santa!,
venid porque ha caído
ya mi Jesús herido.
Con peso y carga tanta
el leño le quebranta
su cuerpo delicado.
¡Oh Virgen afligida!,
venid a socorrerle,
venid aprisa a verle
pues va a perder la vida.
¡Oh, qué enternecida
le ves en tal estado!
Con furia los sayones
le mandan se levante.
Con su fiero semblante
le dicen mil baldones.
Aprisa y a empellones
camina atropellado.
Ya al Calvario llega.
Jesús en sus alturas
ya sus vestiduras
la gente vil se entrega,
que ni un punto sosiega
por verle ya enclavado.
Jesús, aunque ofendido,
por sus verdugos ruega,
y el alma al Padre entrega.
Con el postrer gemido
murió Jesús herido
del golpe y del pecado.

A pesar de la exaltación del dolor, de la penitencia, de ayunos y abstinencias, esta celebración de la Semana Santa contrasta con otras celebraciones que el pueblo buscó para quebrantar este orden. El juego de las chapas, tan conocido en Villegas, en estos días se tolera; y se toleraba también cuando estaba prohibido apostar cualquier cantidad de dinero.

Ahora mismo estamos asistiendo a una pugna entre quienes quieren rescatar la pureza de la Semana Santa llenándola de sentido exclusivamente cristiano, y apuestan por la renovación espiritual a través de las prácticas religiosas: procesiones, oficios, …, y los que aducen que la Semana Santa es un valor cultural que trasciende lo religioso.

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LA MATANZA

La matanza del cerdo es todo un rito. Desde tiempos muy antiguos, algunos vecinos de Villegas siguen aún, año tras año, efectuado la matanza del cerdo.

El lechón, amamantado por la madre en los primeros días de su vida, ha sido después alimentado con las sobras de la comida familiar y con la harina procedente de la cebada molida. Al año de su vida, ya está gordo y dispuesto para ser sacrificado.

Había que tener todo previsto para el día señalado: utensilios como las duernas, las herradas, la caldera, los cuchillos, la banca, el gancho, …, la máquina para picar la carne y hacer después los chorizos. Condimentos y tripas: las cebollas horcales, la pimienta, la sal “gorda” (sal bruta), el pimentón, los ajos, los pimientos choriceros, las morcillas secas, … Las pajas largas para chamuscar al cerdo, la escalera para colgarlo, los varales para colgar los chorizos.

Llegado el día acuden los hombres y mujeres que contribuirán a realizar la tarea. Sacan al cerdo del cortín, le enganchan con el garfio de hierro en la papada, y arrastrándolo hasta el lugar del sacrificio, lo suben a la banca; lo atan con cuerdas y, entre todos, lo sujetan fuertemente. Al cerdo sólo le queda gruñir y gruñir con fuerza. El ama de casa recoge la herrada y el palo, se santigua, y es entonces cuando el matarife le hunde en el pecho el largo y punzante cuchillo; brota el chorro de sangre viscosa y humeante y el ama lo da vueltas con el palo para evitar su coagulación. El gruñido baja de volumen, la cantidad de sangre que brota disminuye, el cerdo muere.

A continuación se le chamusca con las pajas para eliminarle los pelos y cerdas de la piel. Una vez raspado y lavado, se le cuelga en la fuerte escalera para abrirle y extraer las tripas y vísceras y cortar las patas para proceder a su limpieza.

Antiguamente, las mujeres iban al río y en las aguas semiheladas lavaban todas las tripas y los intestinos; las tripas para hacer morcillas y los intestinos, para los chorizos. Hoy, únicamente aprovechan la panza y alguna de las tripas “culares”. El resto de las tripas necesarias y las tripas para hacer los chorizos se compran secas.

Se le lleva al veterinario un trozo de las vísceras, lengua y carne para ser analizado. Si en una hora no hay respuesta, significa que el cerdo está sano, libre de la temible triquinosis, y, por tanto, puede comenzar la fiesta familiar. En la primera comida del día ya puede saborearse la asadurilla.

Por la noche se pican el sebo y las cebollas “horcales” necesarias en función del número de kilos de arroz que vayan a utilizar y se cosen las morcillas, dejando únicamente el hueco para llenarlas después.

A la mañana siguiente, de madrugada, en una duerna se prepara el “mondongo”: arroz crudo, cebolla, sebo, pimienta, sal, orégano y la sangre. A la vez, se prepara el fuego, se coloca el trévede y, sobre él, la caldera de cobre con el agua. El ama de casa añade la sal, pimienta, pimientos choriceros,…, que contribuirán a dar el sabor al calducho.

Conseguida la mezcla del mondongo, las mujeres empiezan a llenar las tripas. Introducen un embudo pequeño de hojalata en el hueco dejado sin coser y, empujando con el dedo pulgar, introducen el mondongo en el interior de la tripa, la cantidad justa que la experiencia sabia dicta para evitar que se revienten al cocer. Se cose la abertura que quedaba y se las pincha con una aguja para que salga el aire y evitar así que se revienten.

Cuando el agua está hirviendo, se van echando las morcillas. Se aviva el fuego y se espera la nueva ebullición; se mira la hora en el reloj despertador preparado al efecto y se dejan cocer lentamente durante cuarenta y cinco minutos, aproximadamente. Transcurrido el tiempo, se sacan fuera con una espumadera.

Alrededor ya están los miembros de la familia con el porrón de vino y un trozo de pan para probar la primera morcilla humeante y recién sacada de la caldera.

El matarife, bien armado con su caja de herramientas llena de cuchillos y el hacha y con la lima para afilarlos, comienza a estazar el cerdo. Todo él se trocea y se le separan las diferentes piezas: solomillos, lomos, costillas, espinazo, jamones, cabeza y panceta y morro, huesos limpios de carne, piezas para cecina, tocino y panceta.

A continuación, se trocea la carne en tiras y después se pica. En la duerna, el ama de casa lo adoba con pimentón, sal, pimienta, orégano, …No hay medidas exactas, utiliza su puño para medir la cantidad exacta que corresponde de cada condimento. Conseguida la mezcla, traza la señal de la cruz sobre todo ello y suplica a Dios que se conserve y que los condimentos sean los justos para darle el sabor perfecto. Durante tres días se tiene en adobo. Las “jijas” se prueban y, si es necesario, se le añade la especia que falte.

También se introducen en adobo las diferentes piezas que no se van a consumir frescas. Cuando se ha conseguido el punto apropiado, se cuelgan en unos largos varales en el techo de la cocina de fuego bajo para su ahumado y secado lento.

La gran fiesta familiar, más de veinte personas, se celebra en este día. Para comer, sopa con el caldo obtenido de cocer “la penilla” con el chorizo de la matanza del año anterior; “la penilla” y el chorizo, morcilla aún caliente, y otras viandas. Por la noche: sopa de calducho, carne guisada del lomo, filetes -extraídos de la zona próxima al tocino- empanados al ajillo, morcilla, … Y después, la partida y la tertulia hasta altas horas de la madrugada.

Todavía no se ha concluido la matanza. Hay que hacer los chorizos. Con la ayuda de la máquina de manivela se introducen las jijas en las tripas compradas en seco. Se atan por ambos lados con hilo de tramilla y se cuelgan en los varales preparados al efecto de la cocina. Junto con los huesos, lomos, costillas, …, los chorizos irán secándose y ahumándose lentamente al calor y al humo que días tras día el ama de casa se encargará de tener avivado. Controlará las corrientes de aire, y si prevee heladas tomará las medidas adecuadas para que estos elementos no afecten a su lento y progresivo secado y ahumado.

Terminado el proceso de curación, se introducen en las orzas con grasa procedente del cerdo o, actualmente con aceite, generalmente de girasol.

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PROCESIÓN DEL CORPUS

Terminada la misa, el sacerdote introduce la Sagrada Hostia en la custodia dorada. Las autoridades de Villegas preparan el palio para iniciar así la procesión por las calles.

Todo el pueblo reverencia a la Eucaristía que nos reconcilia con el Padre en el Cuerpo mismo de su Hijo único. El coro parroquial canta al Verbo soberano que vino al mundo para entregarnos su Carne y su Sangre bajo dos especies, para alimentar al hombre integrado también por dos sustancias; se entregó al nacer como compañero; se dio en la Cena como alimento; se dio al morir como rescate; se nos da en su Reino como premio.

Los niños, y en particular los niños que han hecho en ese año la Primera Comunión, tiran pétalos de rosa delante del palio, bajo el cuál la custodia es santuario de la Presencia velada que nos guía hacia la patria donde la veremos cara a cara, y Viático que día tras día nos repone en esta búsqueda de Dios y de su Reino.

Grupos de mujeres, desde las primeras horas de la mañana, han preparado varios altares –tres o cuatro- por cada barrio del pueblo. Cada cuál compite en belleza y buen gusto. En cada uno de ellos no falta la cesta con los panecillos, hechos expresamente para este día, y la copa con el vino. Pan y vino que se repartirá al finalizar la procesión entre la gente que ha participado en la preparación de los altares.

Las ventanas y balcones han sido engalanados con los mejores bordados de las señoras del pueblo: sábanas, manteles, colchas, …, ricamente bordadas por ellas o por las abuelas del pueblo, embellecen las calles.

En cada altar se realiza una parada y el sacerdote reza una oración de alabanza y súplica. El pueblo, en profundo silencio, adora este gran Sacramento y suplica que la fe supla la impotencia de nuestros sentidos.

Finalizada la procesión, ya en la iglesia, el Cuerpo de Cristo que colma de bienes a los hambrientos y deja vacíos a los ricos hastiados, encerrado en la custodia, bendice al pueblo.

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